Para que los organismos
sobrevivan, resulta esencial la capacidad de librarse de los restos necróticos
o lesionados y de los invasores extraños, como los microbios. La respuesta del
anfitrión orientada a conseguir estos objetivos se denomina inflamación. Se trata de una respuesta
fundamentalmente protectora, diseñada
para librar al organismo de la causa inicial de la lesión inicial.
La inflamación es una reacción
tisular compleja que consiste básicamente en respuestas de los vasos y los
leucocitos. Las principales defensas
corporales frente a los invasores extraños son las proteínas plasmáticas y los
leucocitos circulantes (células blancas), pero también los fagocitos tisulares
derivados de las células circulantes.
La inflamación puede ser aguda o
crónica en función de la naturaleza del
estímulo y la eficacia de la reacción inicial para eliminar el estímulo o los
tejidos lesionados. La inflamación
aguda se inicia de forma rápida (en
minutos) y dura poco, unas horas o pocos días; se caracteriza, sobre todo, por
la exudación de líquido y proteínas plasmáticas (edema) y la emigración de
leucocitos, sobre todo neutrófilos (llamados también polimorfonucleares
neutrófilos).
La inflamación crónica puede aparecer después de la inflamación aguda
o ser insidiosa desde el comienzo. Dura más y se asocia a la presencia de
linfocitos y macrófagos, proliferación vascular, fibrosis y destrucción
tisular. La inflamación termina cuando
se elimina el agente responsable del daño.
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